Esta mañana he desayunado con Rafa. Rafa es un tio mayor, sesenta y pocos le echo yo. Fuma tabaco de liar y bebe el café con calma; mira pasar a los clientes desde el fondo de la barra, protegido por sus gordas lentes, tan viejas como el.
La vida de Rafa es un auténtico poema; emigrante en Francia, en Holanda, preso político (o alborotador, depende quien lo cuente), pintor de aceras, guitarrista, artesano. No da el café y el cruasán para aburrise con el.
La vida le ha dado muchas ostias, por el simple motivo de que alguna gente no ha nacido para este mundo. "A veces me dan ganas de coger la guitarra y mandar todo a la mierda; ver otros sitios, vivir otras cosas". Y yo intento convencerle de que está mejor así, con su rutina de todos los días: cafecito a la mañana, ir a buscar a su chica a casa de sus padres, "levántate tia, que ya es la una", y luego a buscar el pan.
A veces me pregunto si no son cosas como esa un verdadero acontecimiento para el. El pan, el café, el sueldo de vendedor de lotería a fin de mes. Cuantas veces te ha faltado el café de la mañana Rafa, no lo niegues, lo llevas escrito en la cara. Me cuenta que come con los padres de ella; después el vinito invita a una buena siesta.
No creo que sea una vida despreciable para alguien que ha vivido en la calle; no creo tampoco que sea una vida despreciable para mi. Pan, vino, alguien a quien amar...que me traigan una pluma!
Sin embargo parece que el espíritu de Rafa necesita más espacio que el mio para habitar. "De buena gana estaría yo ahora con la guitarra, en la calle, haciendo algo que me mola y trabajando para mi, no para otro; que eso al final es la misma mierda de siempre..."
Lo que pasa amigo es que tu corazón necesita praderas para trotar, mares que surcar...siempre, siempre...hasta el final.
Recuerdo cuando lo conocí. Tenía diecisiete años y Rafa tocaba amenudo en el mismo portal. Hacía poco que la peregrina idea de tocar la guitarra se había instalado en mi mente y solía fijarme en los acordes, en la posición de las manos, en aquel hombre humilde que iba a su rollo, pero no dejaba de agradecer las propinas y saludar a sus fieles.
La tarde de un treinta y uno de diciembre me paró. Me conocía de vista. Le habían regalado una botella de cava. No la quería, había decidido que yo la aprovecharía mejor. Y vive Dios que lo hice.
Le dí alas a mi alma, al amor, a todo lo que vive en mi interior. Que grande eres amigo; da igual el trullo en el franquismo, dan igual todos los tripis, las rayas, el caballo, da igual. Entraste hace muchos años en un lodazal poblado de lobos. Saliste con lo único que cuenta, dignidad. La del que no pide, trabaja; la del que es honesto con su corazón. Eres grande amigo.
Luego vinieron otras cosas, un petita en tu casa, un café, escuchado Patty Smith o tocando a los Rolling, en medio de aquellos cuadros que ya no pintas, porque tus ojos, cobardes, se han cansado de brillar. Vaya par de hijos de puta.
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